Un nuevo mundo a la vista: las etiquetas, sólo en los yogures

Cristóbal Colón

El señor Colón quiso llamar al hijo que esperaba en Zuera (Zaragoza) a mediados del siglo pasado… Cristóbal. Sí, Cristóbal. Lo quiso y lo hizo. Siempre se creyó un exceso, un intento por ser ocurrente destinado a convertirse en una carga innecesaria casi de inmediato. Siempre se creyó, hasta que se supo que de ocurrencia no tenía nada. Era una premonición. Su hijo descubriría nuevos mundos y actualizaría las coordenadas vigentes en el planeta. ¡Humanidad a la vista!

CRISTOBAL COLÓN es el presidente y fundador de La Fageda, ubicada en la comarca de La Garrotxa, que nació como cooperativa de 15 trabajadores en 1982 y hoy, casi 40 años después e impulsada por 300 profesionales, vende 80 millones de yogures al año en Cataluña. Más que Danone. Más que nadie. Un rotundo caso de éxito empresarial, cuya intrahistoria lo multiplica a la enésima potencia y recupera al ser humano como principal y mayor recurso.

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La quincena de pioneros de los años 80 provenía del hospital psiquiátrico de Salt, muy cerca de Girona. Todos locos, solía reducirse. Y quizá todavía lo hagamos, mientras proyectos de este tipo no se conviertan en referentes para nuestra sociedad. Hoy, casi cuarenta años más tarde, 200 de las 300 personas que trabajan en este gigante impensado cuentan con un certificado de discapacidad intelectual, que nos les inhabilita, al contrario, para ofrecer su mejor versión al territorio donde viven. Y lo hacen viviendo con su realidad sin querer vivir de ella. Son los más vendidos porque a la mayoría de los consumidores le parecen los mejores. Ninguna referencia en sus etiquetas a quiénes son los profesionales que los producen. Los yogures pueden ser de fibra, pero las fibras no se tocan si se quieren avistar tierras prometidas.

Sólo un visionario es capaz de ver donde el resto apenas mira. Desde muy joven, nuestro Colón contemporáneo estuvo atraído por la aceptada cordura y la presunta locura. Quiso aproximarse a ambos conceptos desde los ángulos de la filosofía y de la metafísica, hasta que decidió abandonar el trabajo de sastre en la tienda de su tío para cruzar la puerta de los entonces llamados manicomios. Ahí, donde el ser humano puede mostrar su rostro más terrible y agónico, Cristóbal intuyó un mundo nuevo, de audaz humanidad, donde todos somos parte del mismo todo y las etiquetas son sólo para los yogures.

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