“Somos seres plurales, más allá de etiquetas: el ser humano es polifacético»
Maysun (Zaragoza, 1980) tiene miedo a las alturas… pero le encanta escalar. Y quiere aprender a pilotar avionetas. Esa aparente contradicción resume de forma metafórica, y algo divertida, lo imposible que resulta acotar la identidad de una persona. Fotoperiodista de ascendencia palestina, raíces guanches, castellanas y andaluzas, nacida y educada en Zaragoza, Maysun se define naturalmente nómada. Alguien que explora con su cámara la realidad del mundo en un diálogo constante, mientras busca su esencia en la conversación interior: ahora ya no se pelea con su identidad, ahora sostiene con ella un baile. Y todo lo expresa en los diferentes idiomas de la creación artística: fotografía, pintura, música, diseño, poesía… Maysun será una de las ponentes del evento multiconferencia De los Pies a la Cabeza.
- Hablas en tus charlas de la identidad, un concepto que todos creemos tener muy claro pero que, como demuestra tu experiencia vital, es muy resbaladizo.
- Las charlas y talleres que suelo dar están más dirigidos al fotoperiodismo y aspectos profesionales. Pero cuando he tenido la oportunidad de hablar en público sobre estos aspectos más personales, como en el evento TED en Zaragoza, me ha supuesto un reto. Me costó mucho, me daba algo de miedo, pero decidí hacerlo.
- El fracaso está en no intentarlo. ¿Cómo se enfrenta uno al miedo?
- El mundo ya te pone suficientes límites como para que te los pongas también tú: si de entrada ya tú mismo te dices que no puedes hacer algo… mal. ¿Cómo puedes decir que algo no te gusta si no lo has probado? Es aplicable a todo. ¿Tienes miedo a las alturas? Deberías escalar. No sabes cómo vas a reaccionar, puede que te ayude a superarlo. Siempre hay que creerse capaz de hacer algo, de otro modo siempre te vas a quedar en tu… montoncito de algodón.
- Volvamos a la identidad…
- La identidad es un concepto eternamente cambiante, voluble. Ninguno somos la misma persona todos los días, ni nos sentimos la misma persona todos los días. Lo que necesitamos es precisamente aceptar que podemos ser personas diferentes y que no debes limitarte con etiquetas: ni por lo que nos etiqueten los demás ni por nosotros mismos. Tenemos que permitirnos a nosotros mismos poder ser otra persona, ser distintos, poder cambiar. Pero no es un ejercicio sencillo. Precisa tiempo y es un proceso cambiante: nuestra identidad no siempre va in crescendo. Hay veces que vas hacia delante, y luego tienes un momento malo y retrocedes cuando no lo pensabas.
- Es cierto pero, ¿no necesitamos también a veces esas etiquetas para reconocernos, para situarnos en la sociedad?
- Conocer tu propia identidad es un proceso que cuesta toda una vida. Un movimiento continuo que te permite conocer cosas, pero también construirlas: quién quieres ser, cómo querrías ser… Y sobre todo te da la capacidad de aceptarte tal y como eres, con las cosas buenas y las malas. Precisamente porque no nos aceptamos necesitamos las etiquetas para nosotros mismos. Necesitamos definirnos continuamente porque nos da miedo salir de ahí, quedarnos a medias, probar y no gustarnos. Y sí, necesitamos la aceptación social, gustarnos a nosotros mismos y a los demás. Porque para saber quiénes somos, precisamos vernos reflejados en los demás. Un ser humano no es ser humano hasta que no trata con otro ser humano. Como mostraba el experimento, éticamente muy discutible, del niño salvaje: no había estado en contacto con humanos y ni siquiera sabía sonreír, algo que pensamos tan innato. Aprendemos a hacerlo porque vemos a otras personas hacerlo.
- Nos construimos en sociedad, a partir de la complementariedad.
- Claro, pero todo tiene su parte positiva y su parte negativa. Vemos cosas que nos gustan y querríamos ser, pero también nos sentimos juzgados a veces por los demás y por nuestras propias expectativas. Y si no llegamos a ellas, se nos hace complicado aceptarnos. Eso dura mientras duran las preguntas que nos hacemos.
- Hay gente que nunca se hace preguntas y afirman que ellos siempre han sido iguales.
- Por eso decía que la identidad crece o cambia mientras tú te quieras hacer preguntas. Si dejas de hacértelas, dejas de crecer como persona. Es importante no dejar de hacerse preguntas. Y no sólo aceptar las respuestas, sino también aceptar que siempre va a haber preguntas, y que es sano que las haya.
- Si te las haces tú mismo, a veces también la vida te plantea preguntas, y te cambia las circunstancias o el escenario.
- La autocrítica es sumamente importante para aceptar quién eres y construir una mejor versión de ti mismo. Hay muchas versiones de nosotros mismos, no solo una. No eres de una sola forma y ya está. Es algo muy importante de comprender. A lo mejor ahora tienes una versión más compasiva y dentro de dos meses, te pasa algo y cambias y no quieres saber nada y te cierras. Emocionalmente variamos. Nuestro fondo no es individual, es plural. Eso da riqueza y unas cosas no anulan a otras. Cuando oigo a gente decir: “El ser humano es malo por naturaleza”. Yo pienso: no. Es malo, es bueno, es regular… Somos todo a la vez, todas las posibilidades. Somos como una semilla: en una semilla está toda la información posible y, dependiendo de las condiciones en que se desarrolle, será de una manera u otra.
- ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar esa evolución, ese cambio?
- La complejidad del ser humano es algo que no acabamos de entender. Nos empeñamos en que somos invariables y eso hace que no sepamos manejar la fluidez de la vida, el devenir de la vida. Y, sobre todo, el camino entre la vida y la muerte. El tipo de sociedad en que nos movemos afecta mucho y la base cultural de la sociedad occidental, principalmente judeocristiana, lo dificulta. En otras sociedades lo tienen más aceptado. En mis viajes lo percibo mucho, porque en otros lugares esos marcos culturales no existen. Aquí vivimos en un limbo de comodidad. En Europa ni siquiera necesitamos dictadores ‘al uso’, porque ya nos bastamos nosotros para ponernos nuestros propios límites: lo único que necesitamos es burocracia, consumo y comodidad. Han conseguido controlarnos sin que nos demos cuenta.
- Tu cuestionamiento de la identidad rebate la paridad territorio/identidad.
- Yo nací en Zaragoza, pero nunca me he sentido ni muy de aquí ni muy de allá, por la historia de mi familia y por cómo yo he percibido eso. No tengo raíces aquí: mi padre es palestino, mi abuela paterna nativa guanche de Canarias, mi madre nació en Medina del Campo, en Valladolid, pero su familia era castellana y andaluza… Yo en España soy la palestina y en Palestina, la española. Así que no entro en esas etiquetas. Pero es que, además, incluso dos personas con el mismo esquema identitario se pueden desarrollar de forma muy distinta. Mi hermano ha crecido en las mismas condiciones que yo y sin embargo él lo ha vivido de forma totalmente diferente: nunca se ha hecho las preguntas que me he hecho yo sobre mi identidad, o si se las ha hecho, no al mismo nivel. Es complejo. Y averiguar quién soy en esa amalgama de situaciones y procedencias, en las que nunca me he sentido cómoda del todo, ha llevado su tiempo y sigue haciéndolo.
- ¿Lo has averiguado?
- Durante años yo me empeñé en tener raíces, echar raíces en un sitio. Eso me frustraba. Y hasta que no entendí que mi naturaleza era nómada, no empecé a aceptarme a mí misma. Eso de que no estás completo hasta que no encuentras tu sitio, es un error. Hay personas que necesitan un lugar en el que estar y otras que lo que necesitan es volar. El concepto de hogar es necesario, pero no siempre va de la mano de una zona geográfica: no tiene por qué ser físico, para mí el hogar es la gente que quiero, recuerdos, momentos concretos, calles, olores, música… Hace ocho años que no tengo una casa propia. El único sitio que para mí siempre es hogar e invariable es la naturaleza. Sea donde sea. En la naturaleza me siento en casa.
- ¿Por esa percepción de sí misma le apelan los proyectos fotográficos sobre gente que ha perdido sus referencias geográficas, su casa, su mundo?
- Claro, y me sigue interesando. Pero esto también son fases y vas cambiando. Hace años esa relación era más acusada, tal vez porque yo me hacía más preguntas. Con el tiempo, no tener una base, un lugar al que volver, te quita energía. Antes necesitaba explorar, observar la vida de otras personas; ahora empiezo a sentir que necesito un sitio al que volver y en el que desarrollarme a otro nivel, seguir explorando, pero no solo a otras personas, sino también de una forma más introspectiva.
- En De los Pies a la Cabeza reclamamos dejar de mirar a las personas para empezar a verlas de verdad, despojadas de clichés. ¿Maysun lo logra a través de la cámara?
- Evidentemente siempre hay clichés. Nadie se libra de los juicios, pero es importante trabajar a diario para minimizarlos. Por mi experiencia, porque me he sentido juzgada desde siempre, tengo más conciencia de lo que supone que te pongan una etiqueta. Pero eso no me evita cometer errores, darme cuenta de ellos y reconocerlos para mejorar.
- Las circunstancias determinan mucho la relación entre las personas…
- Son inevitables, están ahí… Nadie se puede librar al cien por cien de ello, pero hay que tratar de minimizar esos clichés para absorber todo lo que podamos de los demás. A mí me gusta tener amigos de todas las clases, edades, colores, sabores, etc. Y si te riges por clichés sociales, te puedes perder a mucha gente, amigos que no son de tu edad o de tu entorno. Viajar ayuda a mucho a esto: ves lo que las cosas y las personas tenemos en común. Entonces habría más solidaridad, más empatía, más amor…
- Hablemos de la mirada, un término tan ligado a la fotografía. ¿Qué es la mirada del fotógrafo para Maysun?
- Para mí la fotografía es una herramienta que me permite tener un diálogo con el mundo, en varios sentidos. Me permite entender y absorber el mundo pero, al mismo tiempo, aportar algo. Lo veo como un diálogo fluido. Un idioma más. Igual que hablas en español, inglés o swahili, hablas en fotos. Es una forma de comunicación que logra que la gente te entienda.
- Una comunicación que va más allá de lo verbal e incluso de lo visual, ¿no?
- Yo creo que a veces los sentidos se mezclan mucho. Hay veces que yo no veo una foto, hay veces que la oigo, a veces la huelo… Y al fotografiar pretendo que la gente logre hacerlo también. Quiero acercarles esa realidad y acercarla a mí. Si consigo que oigas una fotografía, es lo que quiero: que tú te pongas en mi posición. Es un diálogo, estás enviando un mensaje y traduciendo el mundo. Y el diálogo es continuo: no acaba cuando haces la foto, ni cuando otra persona ve la foto. Con el tiempo tú mismo la ves y la entiendes de otra forma. Y es bueno que eso ocurra, porque quiere decir que tú mismo estás evolucionando.
- A la hora de fotografiar personas y sus a menudo terribles historias, ¿cómo se resuelve la ecuación pudor/respeto/intimidad…?
- Ahí hay conceptos muy diferentes. La intimidad es necesaria para contar lo que pasa. Intimidad entendida como la proximidad emocional con la persona cuya historia quieres contar. Que no haya muros. ¿El pudor? Un fotógrafo tiene que superarlo y para eso tiene que trabajar. Trabajar, trabajar, trabajar. Saber usar una cámara no es solo hacer fotos bonitas, sino también saber ser un filtro y saber como acercarte a esa realidad para contarla. Si no te enfrentas a ese miedo, no podrás contarlo. ¿El respeto? Siempre. Sin él no hay intimidad. Es esencial para contar una historia que esa persona o esa gente te dejen estar ahí. La actitud que tienes, el modo de acercarte a ellos, el respeto y la dignidad… todo eso se percibe. Si quiero contar una historia, lo primero que debo hacer es tratar de conocer a las personas y dejar que ellos me conozcan a mí. Establecer esa conexión. Después, en determinados momentos, es cuando aparecerá la cámara.
- ¿Y en situaciones delicadas, críticas?
- Las hay. Ocasiones en que todo tiene que ser muy rápido. Hay gente que entiende que tienes que estar ahí, para contar una injusticia, algo que no debería ser como es y que ellos no deberían vivir. Entienden que eres necesario para documentarlo. Pero también puede ocurrir que algunas personas no lo entiendan o que teman que les perjudique o los ponga en peligro: en ese caso, el respeto por esas personas es más importante que tu historia. Si no puedes ayudarles con tu trabajo, no tiene sentido que lo hagas.
- ¿Cómo se resuelve, con la inevitable implicación emocional que supone este trabajo, el regreso a Occidente?
- Hay que tratar de encontrar un equilibrio dentro de una profesión que es poco estable: no hay mucho trabajo y está mal pagado. Lo importante, creo, es no perder el norte: no dejar de sentir las ganas de contar historias, a pesar de lo que veas. Ese impulso debe permanecer y explica todo. Esto ocurre también en muchas otras profesiones: el bombero que se enfrenta a un fuego, el cirujano que opera a corazón abierto… Y luego, necesitas descansar. Cuesta un tiempo descomprimir, aterrizar: todo te parece ridículo, extraño, todo pierde sentido. Con el tiempo adquieres herramientas que te permiten sobrellevar eso, aunque a veces hay un antes y un después y cuando vuelves ya no eres la misma persona. De esto no se habla en la industria, y deberíamos hacerlo más. Es como un tabú, pero todos los compañeros pasamos por ello y tendríamos que exponerlo más entre nosotros. Sin sentir vergüenza, sin sentir miedo. De cualquier modo, a pesar de todo, esta es una profesión que se elige, que hacemos porque queremos. Y lo importante, en realidad, no somos nosotros sino las personas de las que hablamos.
- Además de la fotografía, pintas, diseñas… ¿Cómo se relacionan esas actividades con la fotografía? ¿Hay algún punto íntimo de convergencia?
- También estoy escribiendo poesía. ¡Y me gusta mucho cantar! Yo veo todas estas expresiones como idiomas distintos, formas de comunicación. Y si bien antes se relacionaban menos unas con otras, últimamente siento que se están mezclando más y que hay una simbiosis entre ellas. Y también estoy tendiendo hacia una fotografía más personal, que antes minimizaba porque la veía fuera del marco periodístico que me imponía. Ahora me gustaría explorar un poco más esa faceta, para que confluya con la parte más puramente periodística. Explorar lenguajes más artísticos, siempre aplicados al periodismo.