«Si el periodismo tiene algún sentido es devolver a la gente su Estado de derecho»
Un periodista entrevistando a otro periodista constituye un inevitable ejercicio de endogamias, que por momentos preside el entusiasmo compartido de las pasiones y, otras veces, un conspicuo escepticismo. Estaba previsto que la conversación se iniciara con una pregunta que aludiera a Kapuscinski («¿Es cierto que los cínicos no valen para este oficio?»), pero inevitablemente la charla arrancó a bordo de un tren y la frase del referencial periodista polaco quedó en el limbo. En realidad, no hacía falta. Cualquiera de las contestaciones derramadas en la charla sirve para responderla, sin dejar asomo de duda. Que esta entrevista se publique en el Día Internacional de la Libertad de Prensa no podría tener mayor sentido. Ramón J. Campo es ante todo un periodista que, como todos los periodistas que de verdad «se creen» la profesión, la ejerce sujeto a una irresoluble esquizofrenia: luchar por ella al mismo tiempo que lucha contra ella. El episodio de su accidente cerebral demuestra que la vida construye las mayores paradojas con ironía despiadada. Puede que aquello afectara a algunas funciones intelectuales críticas, que nuestro hombre debió reaprender. Lo que quedó intacto, sin duda, fue su instinto de contador de historias. Ramón será uno de los ponentes del evento multiconferencia De los Pies a la Cabeza.
- La larga trayectoria periodística de Ramón J. Campo está unida ya a una estación, la de Canfranc… pero lo curioso es que en el inicio de todo hubo, precisamente, un viaje en tren.
- Toda la vida había querido ser periodista, pero para quienes éramos de Huesca a principios de los 80 había dos posibilidades: estudiar en Pamplona (y a mí, educado en el colegio San Viator, eso de dar Teología no me encajaba) o en Barcelona, donde me parecía que el catalán podía pesar demasiado. Así que con mis padres decidimos estudiar Derecho y, después, ya veríamos. Por eso me encontré en el Intercity de entonces con Genoveva Crespo, que dirigía el suplemento Hoy Domingo del Heraldo… porque yo iba y venía a Madrid a cursar el Master de El País. Cuando la conocí yo andaba haciendo un reportaje para el Master sobre novatadas en un cuartel de Paracaídistas en Alcalá de Henares, y contándole aquello se abrió una relación entre la periodista y el aspirante, que culminó en que ese verano estuve haciendo prácticas en el Heraldo, como parte del programa del Master.
- ¿Recuerda su primer reportaje?
- Fue sobre el gas de Isín y la posibilidad de que Aragón lo aprovechase con un gasoducto, que al final se marchó por Navarra. Así que entre el tren y el gas, me hice periodista: todo comunicaciones y todo Pirineo, mis obsesiones presentes desde el principio (risas). Ese verano fue en el que empecé a jugar a ser periodista.
- Bueno, pero es que eso que llamas jugar es, en realidad, ser periodista: la curiosidad por cosas de las que no sabes nada, el deseo de contar, de ir hasta el fondo…
- En aquellos tiempos el Hoy Domingo buscaba publicar temas de profundidad y trabajarlos bien, creo que es un tipo de periodismo que está en retroceso…
- Ahora se le llama periodismo lento, y busca nichos de público… cuando debería ser una cosa generalizada, ¿no?
- Internet está matando un poco el espíritu de la profesión. Un compañero con el que me formé, Miguel Mora, dirige ahora Ctxt, Revista Contexto, y él dice que presumen de ser los últimos en llegar a las noticias. Yo creo que lo importante no es llegar el primero a las noticias… Bueno, si llegas primero, mejor, pero lo verdaderamente importante es contar bien las cosas. Y la gente necesita una lectura reflexiva, no la velocidad de algo leído en el móvil. Lo de tener que publicar las cosas corriendo, para lograr más clics, eso no puede ser lo importante en el periodismo. Lo importante es cómo contar algo y cómo lograr que la gente se quede en tus historias.
- Uno ha leído a periodistas muy veteranos y relevantes decir que ahora el valor de un profesional depende del número de seguidores que tenga en una red social.
- Me parece absurdo. Creo que Twitter es un canal más, y hace sencillo medir el impacto que tiene lo que publicas. Eso en el papel es mucho más complicado. Creo que en general Twitter busca más opinadores que buenas historias, y muchos periodistas que son relevantes contando cosas en un medio convencional se han convertido en las redes en eso otro. Pero también es cierto, y lo viví en el caso de un artículo que me pidió Ctxt sobre la historia del Yak, que la capacidad de generar interés y multiplicarlo que tienen las redes (a raíz de que La Sexta se hiciera eco de ello) es muy potente y totalmente distinta.
- Hay algo curioso. Los periódicos están en crisis, gravísima, pero los grandes temas de investigación, el periodismo de verdadero impacto, sigue apareciendo en su gran mayoría en los periódicos.
- Yo también lo creo, pero en estos momentos los medios de comunicación sufren una crisis de identidad. Y tienen que superar la falta de credibilidad que les ha provocado pasar mucho tiempo más cerca del poder que en su verdadero lugar. Llevé a mi hijo a ver Spotlight, la película sobre el caso de pederastia descubierto por el Boston Globe, y le contaba que esas cosas en realidad ocurren; que yo lo viví cuando el gobierno me pinchaba el teléfono o cuando veíamos que nos seguían durante la investigación y las publicaciones del Yak42. Para ese tipo de trabajo necesitas tiempo. Y tienes mucha responsabilidad: por ejemplo, la responsabilidad en aquel caso de que las familias de las 30 personas sin identificar lo supieran antes de publicarlo. Y la responsabilidad de que, a quien vas a culpar de que eso haya ocurrido (en este caso un general) tenga la oportunidad de dar su versión de por qué las cosas sucedieron como sucedieron. Yo defendí eso y se cumplió. Todo eso, a internet, le da lo mismo. Ni se preocupa.
- Al final es un problema económico, ¿no?
- Claro, el periodismo hecho así cuesta dinero y se busca la manera de hacerlo rentable y sostenible. En Estados Unidos ya se está pagando por contenidos trabajados, y creo que aquí también llegará. Hasta ahora la crisis e internet han provocado la reducción de medios, de plantillas y la desaparición de periodistas que han sido referentes y sin los cuales la calidad ha decaído mucho.
- ¿Es posible encontrar un modelo de negocio tan rentable como lo fue el del papel y la publicidad… y convencer a la gente de que ese periodismo es necesario y cuesta dinero?
- La tecnología ha desequilibrado la notoriedad de las cosas. Una foto hecha con un móvil tiene más impacto que el hecho de que a la ciudadanía le estén robando sus derechos, o que haya un engaño hecho ley, o una medida o un político corrupto…
- Bueno… el caso Cifuentes es una demostración palmaria de eso. Cayó por un vídeo, no por su engaño.
- El día que se descubrió que había mentido en lo del Master debería haberse ido, pero las mentiras aquí ya no pesan. Han convertido la profesión de político en una profesión para siempre: es una bonoloto, uno de los grandes chollos que ha generado la Transición. La política debe ser un servicio al ciudadano, y los políticos deberían pasar por ella y volver a sus profesiones originales una vez cumplido su periodo y su labor. Sin rencor.
- ¿La partitocracia es esencialmente corrupta?
- Las decisiones políticas hoy en día casi nunca son limpias del todo. Y no se dan cuenta de que el baremo no es a qué empresa beneficia, sino en qué beneficia a los ciudadanos. En Aragón hacemos política contra algo, no a favor de algo. Porque los políticos en esta tierra han provocado eso, nunca ha habido ninguno que haya tenido peso suficiente en Madrid para cambiar la inercia.
- ¿Cuál es la diferencia entre la filtración y la investigación? Porque los propios periodistas se tiran esos dos conceptos a la cara según les convenga…
- Eso es verdad. Pasó con el Yak42 y he visto con el oro de Canfranc cómo mucha gente se ha apropiado de la historia sin siquiera citarnos. En lo del Yak nosotros tuvimos la suerte de que una compañera era esposa de uno de los militares que viajaba en el avión y nos contó como su marido, el día anterior, le había dicho que ese mismo aparato se había caído un mes antes en África. Eso te pone en la pista. Lo demás es intuición, hacer preguntas y entrar donde nadie te deja entrar. La filtración es esperar que te den el trabajo hecho y subirte a una noticia que ya ha sido publicada. Es más sencillo. Eso pasa porque mucha gente no se cree la profesión. Hay que creerse la profesión para vivir en ella. Si el periodismo tiene un sentido es el de salvaguardar y devolverle a la gente su Estado de derecho.
- ¿Y cómo se transmite eso a las nuevas generaciones, que se mueven en un terreno de juego totalmente distinto y que manejan otro lenguaje?
- Es muy difícil. En los medios de comunicación debería haber una zona de relevos en la que los que llevamos varias décadas en la profesión estuviéramos al lado de los más jóvenes, contándoles batallitas. Convertir eso en parte de la comunicación en las empresas. Que los jóvenes nos ayuden con los mecanismos tecnológicos a los mayores y nosotros les transmitamos el espíritu del periodismo de siempre. Eso también habría que hacerlo en la universidad. Pero la relación entre universidades y empresas está rota.
- Se pierde la memoria, se extravía la perspectiva… y los relatos tienden a la reconstrucción. Que los papeles del oro de Canfranc se encontraran tirados por el suelo viene a ser una metáfora de toda esa desmemoria.
- En el documental que filmamos hay un momento en que se ve a Jonathan Díaz (el conductor de autobús que descubrió los papeles del oro de Canfranc) que ironiza: «Éste es el museo en el que se conservaban los papeles del oro nazi», y se ve el muelle postal de la estación, totalmente reventado. A Jonathan lo denunció después RENFE por apropiación indebida, cuando es alguien que estaba recuperando la historia de este país al rescatar unos papeles que habían pasado años tirados por cualquier lado, y los puso a disposición del Ayuntamiento para dejar clara su intención.
- Hablemos ahora de tu historia personal, del accidente cerebral y de tu percepción de todo aquello. ¿Qué conciencia tienes de lo ocurrido?
- De lo que se refiere a la recuperación, creo que mi mujer no me ha contado ni la mitad de la mitad, para protegerme, para que no sufra. Fui consciente, aquel 10 de diciembre de 2005, de que algo me pasaba cuando le estaba contando a mi compañero Alberto Aragón los detalles de una información para que hiciera una infografía, y él me decía que no me entendía. No transmitía bien lo que quería decir. Ahora sé que, en cuanto pasa algo así, hay que ir rápidamente al hospital. Hablé con Enrique Mored, mi jefe, y me mandó a casa. Logré llegar a Urgencias porque una semana antes había estado allí, y de alguna manera hice el mismo recorrido, como si hubiera dejado migas de pan como Pulgarcito. Me hicieron las pruebas, luego un TAC… yo aún no era consciente de que aquello era un ictus. Sabía que algo gordo estaba pasando, pero no sabía el qué.
- Y tu hijo a punto de nacer…
- Yo creo que retrasó su llegada, que estaba prevista entonces, para no empeorar el lío que se había montado. Cuando en Navidad me mandaron a casa, yo era un bicho. Recuerdo leer el letrero de la farmacia a la entrada del Parque Grande como lo haría un niño: «Faaar-maaaa-ciaaa». Estaba empezando a recuperar la habilidad de leer. Como familia éramos el marrón definitivo para mi suegra: Navidad, el suegro grogui y su hija a punto de dar a luz. Pedro nació el 10 de enero. Fueron mis dos hijos mayores los que vieron cómo yo tenía que volver a aprender a leer.
- ¿Cómo fue ese proceso?
- Busqué la ayuda de una neuropsicóloga y lo apoyé con cursos de post grado en la Universidad. De esa manera tenía que hacer lecturas, trabajos… y eso te devuelve al camino porque te obligas a ejercicios académicos que te ayudan. La neuropsicóloga me decía que mi coeficiente era lo que me había permitido que, a pesar del accidente, no se notara todo lo que había perdido.
- Las sensaciones habrán sido extremas: un periodista que debe reaprender cómo leer. Es como perder la esencia.
- Viví momentos muy duros y otros muy gratificantes. Los detalles de mis compañeros, el modo en el que después me ayudaron, algunos encuentros y amistades… Ahora que se ha muerto Forges, por ejemplo, recuerdo el dibujo que nos hizo para el documental, el prólogo que escribió en el segundo libro o el momento en el que le contó a mi hermana que le había relatado la historia del oro de Canfranc a Antonio Banderas para que hiciera una película… Esas cosas, cuando estás enfermo, adquieren un significado gigantesco.
- Después de aquello, ¿qué significado ha adquirido para ti la vida por un lado, y el periodismo por otro?
- Uffff… Los primeros años era un zombi que buscaba volver al camino. Mis hijos mayores me tuvieron menos en casa, por mi profesión, que lo que me ha tenido el pequeño, por el año y medio de baja. Y con él he tratado de recomponer un poco ese desequilibrio e intento repartir mejor la vida.
- Ese deseo de agarrarte más a las cosas íntimas, a los afectos, ¿te llevó a plantearte dejar el periodismo?
- No, pero me gustó el cambio a trabajar haciendo documentales. Cuando volví estuve en la sección de Nacional. Mis compañeras me trataban como a un hermano, estaba en la gloria. Porque yo no era el mismo, estaba herido. La empresa me puso en un sitio más cómodo. Pero aun así… Fíjate, esos días habían detenido al Solitario, el atracador. Tenía varios atracos en Aragón y, a pesar de cómo estaba yo, en cuanto vi un hueco le mandé una carta. Y El Solitario contestó… Con el documental que hicimos sobre Fago pasó algo parecido. Lo hicimos en menos de 15 días, pero la experiencia te permite resolver cosas, hacer aportaciones, moverlo todo… y lo acabó comprando Telecinco. O sea que yo, de alguna forma, seguía viendo las historias detrás de las noticias. El espíritu no lo he perdido, solo que ahora transmito mejor a través de los documentales.
- ¿En qué punto estás hoy día, profesionalmente hablando?
- Estoy en un ten con ten. Me preguntan si publicaré algo más, pero yo no querría escribir más libros, sino hacer otras cosas. Me gustaría elaborar un documental sobre el incendio del Corona de Aragón, por ejemplo: buscar historias que están ahí, en las que no se ha escarbado todavía, y sacarlas a la luz. Son cosas que me ayudan a darle sentido a los últimos años en la profesión, sin perder el espíritu y ampliando los canales de comunicación.
- ¿Podrías vivir sin el periodismo?
- Bueno… lo que haría sería redibujar ese periodismo. Escribirlo con más pausa. Y hacer más análisis. Cuando creces en esta profesión, tiendes a asumir y contar con otra perspectiva, necesitas hacer cosas que no te sepas. O contarlas de otra manera… Aprovechar la reconversión en la que está el periodismo para ir en paralelo y contarle a los lectores y espectadores las cosas de un modo que les pueda interesar. Yo creo que, de esa manera, todavía doy juego…
- (…)
- ¡Pero bueno, yo qué voy a decir! (risas).