«El mayor crimen de la escuela es asesinar la creatividad y el pensamiento divergente»
A Sergio Gil Abán (Zaragoza, 1974) le cambió el rumbo de la vida Bill Gates: al año siguiente de acabar el módulo de FP en informática, en 1994, apareció Windows 95. Y todo lo que había aprendido quedó obsoleto. Así que, tras pasar por una ETT, recondujo su formación hacia la Educación y con 25 años empezó Magisterio. Pero, lejos de la escuela Primaria para la que se formó, su experiencia laboral ha girado en torno a la educación en ámbitos menos convencionales: programas de garantía social, formación profesional básica para adultos con dificultades de integración y, desde 2004, el Centro de Educación e Internamiento por medida judicial de Juslibol (Zaragoza). Ahora está a punto de publicar su primera novela, Bola Blanca, con Editorial Tandaia, financiada por crowdfunding y firmada por su alter ego: Perseus Roig. El cuestionamiento de los modelos, la promoción de la creatividad en los alumnos, la violencia, el cambio, las etiquetas… son algunos de sus vectores. Sergio Gil será uno de las ponentes del evento multiconferencia De los Pies a la Cabeza.
- Hablemos de las diferentes vidas en una sola vida, hablemos del cambio.
- Hay una serie de factores de personalidad, que son fijos o prácticamente fijos, salvo por una circunstancia traumática o un entrenamiento personal muy riguroso. Pero el resto de los factores los convertimos en rutinarios de manera plenamente artificial. Generamos costumbres y esas costumbres nos vuelven esclavos de nosotros mismos. La gente tiene mucho miedo al cambio. En una época de mi vida yo cambiaba mucho y eso me hizo valorar y desear la estabilidad. Pero después me he dado cuenta de que la estabilidad tiene algo de veneno, y creo que hay que cambiar. ¿Que asusta? Es verdad, pero hay que hacerlo. No de una forma radical, pero sí sabiendo quién eres, lo que haces y buscando hacer otras cosas en ese mismo campo. Eso te hace salir de eso que llamamos zona de confort.
- La tradición española parece más bien inmovilista. Nos agarramos a la estabilidad y nos resistimos a la movilidad laboral y geográfica, por ejemplo… pero digamos que la crisis se ha reído de esa convicción y nos la ha sacudido por completo.
- Si fuésemos un país más tendente al cambio, a modificar el modo en que vivimos, no habrían podido hacer lo que han hecho. En España, la ilusión de nuestros padres siempre era que encontrases un trabajo y te jubilases ahí. En otros países hay otra mentalidad, hay más cambios de empleo y de circunstancias: naces en Aberdeen, te casas en Newcastle, te vas a vivir a York y acabas trabajando en Londres… En los países con esa mentalidad la crisis no ha sido tan brutal ni ha tenido las circunstancias políticas y económicas que ha tenido en España. Somos del «Jesusito de mi vida, que me quede como estoy». Y los grandes se aprovechan de eso, de esa tendencia a la comodidad del pequeño.
- ¿Somos excesivamente conformistas como sociedad?
- Creo que sí, en España, sí. Aquí es mejor malo conocido que por bueno por conocer. Y lo veo no en señores que apenas pudieron estudiar, sino también en personas formadas.
- Uno está convencido de que todas estas actitudes provienen de la educación. Y genera esta pregunta: ¿La educación es manipulación?
- La mala, sí. Todo lo que somos o es innato o es aprendido. Hay una parte del aprendizaje que es natural, vicario, porque nos fijamos en otras personas; otras veces aprendemos por experimentación, ensayo y error… pero todos esos métodos de aprendizaje son muchas veces guiados por nuestros educadores. Necesitamos guías. Esos guías pueden ser nuestros mayores, primero, luego la señorita que parece que no hace nada más que darnos el desayuno y jugar con nosotros en el cole… pero está ejerciendo una indudable influencia. Después, los maestros… La mala educación sí que es manipulación. Hay un proceso inevitable: la generación anterior tiene que explicarnos a la nueva cómo funcionar. Y a veces ahí entran mensajes que todos conocemos, que se nos han dicho: «Hijo mío, lo importante e la estabilidad, que tengas estudios, encontrar un trabajo y quedarte ahí…». Son mensajes conformistas. En la Universidad yo no tenía la tenía intención de ser maestro: lo que quería era estudiar, aprender… algo que no había podido hacer a los 18 y estaba haciendo a los 25. Pero me encontraba muchos chavales de 18 y 19 años cuyo único objetivo era acabar la carrera y ocupar una plaza que ya sabían que les esperaba en el que había sido su colegio; o preparar unas oposiciones y vivir tranquilos el resto de su vida. Esa mentalidad está totalmente dirigida a la estabilidad. Lo mismo que con los pisos y las hipotecas: «Alquilar es tirar el dinero, lo importante es comprar». Creo que son reminiscencias muy grandes del franquismo. Espero que la generación de mi hija crezca bajo otros paradigmas, otros conceptos. Pero no estoy seguro.
- Esa es la cuestión… ¿va a cambiar eso con las nuevas generaciones y con el escenario que ha quedado tras la crisis, en el que van a tener que moverse? ¿Se transmite eso en la forma de educar a las nuevas generaciones?
- Creo que no. Si no haces una reflexión activa y profunda de cómo te educaron a ti, repetirás. Los que lo hacemos, procuramos no repetir los errores de nuestros padres, y quedarnos solo con lo que estaba bien. Pero la mayoría repite lo que han vivido. Las personas que han tenido padres ausentes, que están a lo suyo y lo único que quieren es que su hijo se calle y no les moleste; o madres sobreprotectoras… o lo contrario, demasiado gritonas: quienes conozcan eso es muy probable que repitan ellos mismos el proceso. Si siempre te han dicho «busca la estabilidad, busca una pareja para toda tu vida…», seguramente será lo que hagas. Son mensajes mortales, sobre todo para las mujeres. Pero, ¿por qué voy a decirle yo eso a mi hijo o a mi hija? ¿Por qué voy a contarle que lo ideal es enamorarte de adolescente, casarte con esa persona, tener muchos hijos y vivir toda tu vida con la misma pareja? Las realidades cambian. Cuando mis padres se divorciaron, yo tenía 12 años y casi nadie se divorciaba. Ahora los niños lo ven como algo más normalizado. El cambio es lento y va a costar. Se hace siempre sobre la base experiencial o sobre una reflexión profunda, personal. Y la mayoría de los chavales seguirán creyendo siempre lo mismo. A lo mejor a los 45 se darán cuenta de que es un engaño y que la felicidad no viene por ahí.
- La mayoría de la gente tiende a creer que a ellos no los han manipulado. Y que la educación ha empeorado.
- Yo soy un gran defensor de la escuela y creo que tiene muchas cosas buenas. A mí la escuela en casa y esas cosas no me gustan nada. Pero el mayor crimen que comete la escuela es el asesinato de la creatividad, de lo que se llama el pensamiento divergente. Y no solo en España, en el mundo entero. La escuela es una entidad puramente convergente: busca la respuesta correcta. Te plantean una serie de conocimientos y procedimientos, de los cuales hay uno correcto y muchos incorrectos. Y la escuela busca llevarte al correcto, que es el que aparece en el libro de texto. El resto son equivocados. La escuela tendría que promocionar tanto el pensamiento convergente como el divergente, que te permite encontrar soluciones alternativas y diferentes. Tenemos que animar la creatividad y el pensamiento crítico. En mi vida me he encontrado con maestros, míos o de mi hija, que criticaban a los alumnos divergentes, imaginativos. A mí el primero. A mí me pescaban dibujando comics y me castigaban como si hubiera hecho una barbaridad. ¿Por qué lo veían como algo malo? «Estoy en clase, he terminado mi ejercicio y ahora estoy dibujando…». Pero te decían que en clase de matemáticas no podías dibujar. El problema es que mi comportamiento no era convergente y por tanto se castigaba. Se mata la creatividad y nos convierten en maquinitas de responder.
- ¿Qué consecuencia acaba por tener eso en el niño o la niña a futuro?
- Les señala qué es lo correcto y lo incorrecto. Tu hija te dice con 12 años que quiere estudiar Medicina y dices, bien, vale… Pero si te dice que quiere estudiar Arte Dramático o que quiere ser ilustradora en vez de arquitecta, te llevas las manos a la cabeza. Y no son tan distintas. Eso señala mucho.
- ¿Cómo se pueden promocionar de manera simultánea esas dos vías, la convergente y la divergente? ¿Cómo se articula en el día a día de la escuela?
- Tenemos que promocionar muchísimo, y más ahora que tenemos todas las herramientas al alcance de la mano. el aprendizaje por descubrimiento. Decirles a los alumnos: «Aquí tienen ustedes un problema planteado, yo no les voy a dar la solución, búsquenla». Todos tenemos acceso a internet en casa, todos los chavales pueden tenerlo: y si no es en casa, en una biblioteca cercana o con un compañero. Hay que animar eso. Y luego, por supuesto, es fundamental promocionar en las escuelas, incluso por encima de lo anterior, el pensamiento crítico. Eso no se potencia. No se facilita que el alumno cuestione lo que dice el maestro, que puedas pedir que te lo expliquen cuando algo no te cuadra. El maestro tiende a pensar: «¿Es que no te fías de lo que te digo?». Bueno, pues claro, puede ser que no me fíe…
- Sospecho que tú no te fiabas…
- Tengo una anécdota personal al respecto. Cuando yo estaba en la EGB me dijeron que cualquier número elevado a cero, era igual a uno. A mí eso no me cuadraba: o me salía cero o me salía el número que multiplicaba, pero no me salía uno. Así que se lo pregunté a mi profesor y su explicación fue: «Es un convenio prematemático». Con 12 años me quedé pasmado: ¡Un convenio prematemático! Cuando pasé a la FP en San Valero les hice la misma pregunta hasta a tres profesores más, y todos me dieron idéntica respuesta. Y resulta que, después de todo, la explicación es muy sencilla. Pero me tuve que sentar en mi casa con un papel a hacer cuentas hasta verlo por mí mismo, hasta demostrarlo. ¿Cuál era el problema? Que ellos no lo sabían. Se habían aprendido de memoria que n elevado a cero es igual a uno y lo repetían como loritos…
- Y esperaban lo mismo del alumno.
- Eso es lo que hay que potenciar. Cuando un alumno viene con una pregunta así, en lugar de decirle lo primero que te viene a la cabeza, plantéale: «Busca la respuesta y si la encuentras, te subo la nota, o lo expones delante de clase para que los demás también lo vean». Eso es el aprendizaje por descubrimiento, y ahí hay que partir siempre de los intereses del alumnado. Si ahora los niños leen la serie de Crepúsculo o Los juegos del hambre… por qué obligarlos a leer las Rimas y leyendas de Bécquer, por decir algo. Empecemos por lo que les gusta, animemos ese gusto por la lectura… y después ya llegaremos a los clásicos y les haremos leerse El proceso de Kafka. ¿Por qué ningún maestro recomienda leer la saga de Harry Potter? ¿Por qué hay que hacer el comentario de texto siempre sobre Machado y no sobre la conversación del vampiro con su novia? Eso genera animadversión en unos y una comodidad borreguil en otros. Hace poco decía en una charla sobre tareas escolares cuánto me sorprende que los deberes de mi hija se parezcan tantísimo a los que hacía yo en mi colegio hace 30 años. ¿Cómo puede ser eso? Me parece increíble.
- Se puede llegar a tomar prejuicios contra autores y libros solo por eso… Y hay quien nunca recupera ya el gusto por los libros.
- Yo de chico leía a Tolkien y a Assimov y a Philip K. Dick. La ciencia ficción era lo que me gustaba. Y tenía maestros que me decían que perdía el tiempo leyendo esas cosas. Y me daban a Víctor Hugo. ¿Qué tengo que ver yo a esos años con Víctor Hugo? Luego eso tiene sentido, cuando eres más mayor. A los 14 quiero leer sobre robots, magos y dragones. Primero genera la pasión por la literatura, y luego ya hablaremos de qué es la literatura de verdad. Recuerdo leer El Cantar de Mio Cid y no entendía nadie nada… y se se empeñaban en explicarte el recurso literario y tal. Habría sido mucho más productivo llegar y decir: «Vamos a leer todos El Hobbit». Pero no.
- Me gustaría hablar de un asunto que en De los Pies a la Cabeza combatimos con denuedo: las etiquetas. Por tu trabajo con colectivos diversos debes tener un master en qué son y qué provocan las etiquetas.
- Desde el momento en el que una madre llega a casa cansada de trabajar, tiene que bregar con los niños, el marido no hace caso… y le dice a su hijo: «Si es que eres un…», lo que sea. Es un insulto. A partir de ahí, el efecto que tiene es el de profecía autocumplida. Es decir, si todo el mundo, empezando por mi madre, me considera un delincuente, un sinvergüenza, un vago… ¿pues para qué voy a ser otra cosa? Somos seres humanos, somos primates y somos gregarios. Vivimos en comunidad y lo que opine el de enfrente sobre nosotros tiene un efecto extraordinario. Es verdad que somos primates con capacidades intelectuales superiores, capaces de sobreponernos a ello, pero requiere un esfuerzo. Si todo el mundo me tiene miedo, voy a aprovechar ese miedo. Siempre hemos tenido casos de ese tipo en el centro, chicos que han funcionado a partir del miedo que generan. Se aprovechan de ello. «Si la gente hace lo que digo porque les doy miedo, para qué voy a hacer otra cosa». Y no ven vida más allá.
- Hay que combatir las etiquetas en dos planos: primero corregir al chico o la chica en el centro esa tendencia contra la sociedad; y al mismo tiempo educar a la sociedad para que se la quite.
- Es más fácil lo segundo. Los menores infractores, cuando ya han cumplido la sentencia, quedan libres de antecedentes al cumplir la mayoría de edad. Si toda la vida has delinquido y a los 20 o 21 años te has reformado, has acabado de cumplir tu libertad vigilada, eres un ciudadano como otro cualquiera. Legislativamente al menos, la sociedad está preparada para acoger y aceptar al joven infractor que reconduce su vida. No es tan fácil con mayores de edad, pero se intenta. El problema principal es el de la educación personal. Primero porque la ley es injusta, porque la edad de mayoría no es real. Está basada en otras épocas. Antes los chicos empezaban a trabajar mucho antes. Ahora maduran más lentamente, y creo que también mejor, pero más despacio. Y luego hay otro factor: las drogas. Un chaval que consuma va a retrasar su maduración. El cannabis, por ejemplo, estoy de acuerdo en su legalización para adultos, pero en la adolescencia retrasa muchísimo la maduración cerebral. Un joven que lo consume llega a los 18, 19 incluso 20 y 21 años y se comporta en momentos puntuales como si tuviera 11 años. Así, juzgamos como mayores de edad a personas cuyo cerebro es menor de edad; y estamos juzgando como menores de edad delitos que son de mayores de edad. No es justo poner una fecha, aunque entiendo que judicialmente hay que poner una fecha. Pero personalmente no es justo porque la maduración no tiene edad.
- ¿Hay alguna forma de solucionar esos desajustes?
- Desde el punto de vista educativo, sólo generando un margen de acuerdo en el cual se pudiera juzgar a un chico según su etapa de maduración. Pero desde el punto de vista legislativo soy consciente de que es imposible. Si los educadores mandásemos, tendría que haber una evaluación de la madurez del chaval, de los factores sociales, educativos y psicológicos, y ahí decir si tiene que ir a un centro de reforma y aplicar tal o cual pedagogía; o bien distinguir si ha cometido el delito sabiendo perfectamente lo que hacía, con un grado de madurez mayor… y por tanto debería ir a una institución penitenciaria o psiquiátrica. Ese es otro tema, a veces una guerra perdida.
- ¿Se puede rebatir la idea de que los chicos son ahora más violentos y de que muchos menores de edad deberían ser juzgados como mayores?
- No creo que haya que medir las consecuencias, sino el grado de madurez y el grado de aceptación de la delincuencia que tiene el menor. La violencia puede ser de tres tipos: psicótica, que está al margen, proactiva o reactiva. Si la violencia es una reacción a algo que no puedes sobrellevar, que no puedes superar… todo eso se puede trabajar: haciendo hincapié en el autocontrol, la autoestima, buscando alternativas. Va con la madurez, poco a poco el joven lo entenderá y aceptará que no puede reaccionar con violencia. Pero cuando es proactiva, cuando sabe que consiguen a través de la violencia lo que quieren, cuando la convierten en instrumental, eso es mucho más difícil de trabajar y requiere un internamiento más estricto. Lo que sí notamos ahora es que hay lo que llamaríamos muchos niñatos mal criados, por decirlo de manera vulgar. Chicos que lo han tenido todo y que nunca están contentos y consideran que el mundo les debe algo. Esos ejercen sobre los demás una violencia totalmente instrumental, y son capaces de ejercerla con la fuerza precisa, no pasarse, en el momento preciso… Y exhiben esa violencia con orgullo, no sienten remordimiento. Habría que crear dos tipos de centros para cada uno de esos dos tipos de violencia y educar y trabajar de acuerdo a la procedencia de esa violencia. Lo que pasa, en el fondo, es que tenemos una sociedad extraordinariamente tolerante a la violencia.
- Eso suena raro: parece que hay mucha más conciencia que antes y nos tenemos por una sociedad que combate la violencia…
- Qué va… la violencia la vemos como algo normal y eso nos hace muchísimo daño. Con los años he reflexionado mucho sobre la violencia y me he especializado en eso. Un señor mata a su esposa y lo primero que hacemos es pensar: algo habrá hecho. Si vamos en el coche y alguien se nos cruza, le gritamos y lo insultamos. Somos así y funcionamos así. Lo vemos como algo normal. A mí me abrió los ojos una anécdota. Cuando empecé a trabajar en el reformatorio había motines, incendios, chavales que se encerraban en su habitación y la destruían por completo. Una noche, después de trabajar, los educadores nos fuimos a tomar una cerveza para relajarnos y nos encontramos que se montó una pelea entre dos tipos en el bar. Todo el mundo se apartó e hizo un hueco… excepto nosotros. Nos habíamos inmunizado: esa pelea, para nosotros, no era violencia. Violencia era lo que vivíamos ocho horas diarias en el trabajo. Ahí me di cuenta de que me había acostumbrado a la violencia. No me había hecho violento, pero toleraba la violencia. Volvemos a la zona de confort, del principio. Toleramos que nos griten, que nos amenacen, que nos insulten. E incluso lo hacemos entre padres e hijos. Y lo toleramos. Es así. Hay que ser conscientes de donde ponemos el umbral de la violencia. Enseñémosles a nuestros hijos que gritar es violencia, amenazar a alguien para que te haga caso es violencia. Es una violencia pequeña, de acuerdo, pero es el primer peldaño de la violencia.