Lucas, sé Alcaraz
Resulta agotador titular y arrancar cada crónica del Real Zaragoza apelando a la figura del entrenador. Agota intelectual y emocionalmente. Casi más que sostenerle el pulso a comentar en directo cualquiera de sus partidos posteriores al 8 de septiembre (0-4 al Oviedo). No por el resultado, aquí se intenta que los análisis nunca sean resultadistas; si bien, fue un resultado que pareció de otra época. De una época, previa al agapitismo y su posterior herencia, donde las cartas de casi todos estaban menos marcadas y esa, llamémosle ‘tierra sin quemar’, permitía un mayor margen para la maniobra en la crítica y para la esperanza en el futuro inmediato.
El fútbol tiene muchas otras aristas y multitud de protagonistas más allá del técnico de turno, pero existe una razón bisagra para esta llamada de auxilio insistente: se necesita un técnico que acierte lo más posible, pero, ante todo, se necesita un técnico que sea él mismo. Que se acerque más a lo que siempre ha sido, más allá de elogiables evoluciones formativas y pinganillos auditivos durante la primera parte. Quien, por más que haya sido el club el que te haya contratado, se aproxime a lo que le dicta su yo interior más que —con la mejor intención, no cabe duda— a lo que se le propone de la dirección deportiva hacia arriba y se corea, como una sola voz, desde los kioscos oficiales.
Rebeldía es gratitud y rebeldía es lealtad con lo que piensa el que aún resista y lo haga…
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