«La terapia ocupacional me parece un subterfugio: lo que cura y dignifica a las personas es un trabajo real»
Cristóbal Colón trabajaba como psicólogo en lo que él mismo llama las «estructuras psiquiátricas». No es tanto un eufemismo como una descripción, porque escuchándole no parece hombre al que le gusten los subterfugios. «El manicomio enloquece a todo el que está dentro», dice. Él ejerció en los hospitales psiquiátricos de las Delicias, en Zaragoza, y después en Gerona. Pero, precisamente porque tenía una visión alternativa del trabajo como terapia, decidió abandonar esa «estructura» y lanzar un proyecto empresarial cuya base filosófica y fuerza de trabajo estuviera conformada por personas con problemas de salud mental. Cuando se lanzó no tenía un proyecto, ni dinero en qué sostenerlo, ni formación suficiente para ponerlo en marcha. Pero sí tenía una idea sólida: el trabajo y su potencial como herramienta rehabilitadora. Hoy por hoy, esa idea se llama La Fageda, una empresa de lácteos que compite en Cataluña con los grandes líderes del mercado y que además se diversifica en otras líneas de trabajo social. Un caso de éxito empresarial estudiado en las escuelas de negocio. Y, sobre todo, un caso de éxito humano que debería aprenderse en las escuelas de la vida. Las que conforman y modelan la sociedad. Cristóbal Colón será uno de las ponentes del evento multiconferencia De los Pies a la Cabeza.
- ¿El caso de La Fageda es un caso de éxito empresarial o un caso de éxito humano? ¿O es que no deberíamos separar ambos conceptos?
- Debería ser que los casos de éxito lo fuesen de éxito en su conjunto, en lo humano o en lo económico. A lo que hacemos en La Fageda nos definen así, somos un caso de éxito y es cierto que, de alguna manera, hemos conseguido algo poco habitual: que desde un proyecto estrictamente social se hable también y se alcance también el éxito empresarial. Yo soy psicólogo, vengo del mundo de la psiquiatría y empecé a trabajar en 1972 en el Hospital Psiquiátrico de las Delicias, en Zaragoza. Es llamativo que un proyecto que tiene por primer objetivo resolver un problema social, lo ha hecho con un éxito empresarial importante. Estamos solo en Cataluña y en Cataluña somos una marca altamente reconocida: competimos con Danone, Nestlé y con marcas principales y grandes corporaciones mundiales de la distribución, desde hace 25 años.
- Ahora lo miramos como un caso de éxito, pero ¿cuál era la idea en su arranque? ¿Qué pretendía el proyecto?
- Hace 25 años que hacemos yogures, pero el proyecto lo comenzamos en el año 82, hace 36 años. Y se inicia no como terapia ocupacional, sino como terapia laboral. Precisamente, después de trabajar durante 10 años en la estructura psiquiátrica, lo que se hacía dentro de los hospitales era precisamente eso, terapia ocupacional: talleres de manualidades en los que las personas hacían como si trabajasen. Era mejor que hicieran eso que fumar y dar vueltas por el patio. Pero la reflexión que hice después de trabajar diez años con ese concepto, es que veo que lo que realmente cura y es terapéutico es una ocupación con mayúsculas. Es decir, un trabajo en el que se hagan cosas útiles y en los términos que se entienden comúnmente: un beneficio para terceros, un salario… todo lo que se entiende por trabajar. Así que salimos del hospital psiquiátrico con la intención de montar una empresa, porque nos parecía que lo que se estaba haciendo no era trabajar, sino que nos parecía un subterfugio. Con un pequeño problema: que no teníamos un duro ni sabíamos qué tipo de empresa ni de qué íbamos a montar. Siempre digo en mis conferencias que ni teníamos proyecto ni sabíamos hacer nada. Menos mal que me explicaron qué era un DAFO. Pero queríamos, hablando en serio, queríamos eso: montar una empresa en la que pudiéramos trabajar y usar el trabajo como un elemento de reconstrucción personal, para que las personas tuviesen una posibilidad de reconstrucción, de rehabilitación y pudiesen recuperar esa dignidad que habíamos perdido todos los que estábamos en el manicomio. Porque un manicomio enloquece a todo el mundo que está dentro.
- El trabajo rehabilita, reconstruye, devuelve la dignidad… Lo dices aplicado a personas con una enfermedad, un estigma, un problema. ¿Pero no es exactamente eso el trabajo para todo el mundo, para todas las personas? Un factor más del sentido que puede tener la vida para cada uno de nosotros…
- Pregúntaselo a esa persona de 50 años que se queda en el paro y que sabe que difícilmente encontrará trabajo. Esa persona corre, en efecto, un grave riesgo de desestabilizarse, porque pierde algo fundamental en la estructura de vida de las personas. Esto que estamos diciendo, referido a personas con problemas de salud mental, en realidad lo estamos diciendo de todas las personas. O sea, lo decimos de las personas, con enfermedad mental o sin ella. En La Fageda una frase que utilizamos de manera habitual todo es que «el sentido del trabajo es un trabajo con sentido»: cuando yo me realizo haciendo algo que es útil para un tercero. Si además añadimos que la mayor parte de nuestra vida, salvo que seamos hijos de rico, la pasamos trabajando, una vida con sentido difícilmente se puede construir sin un trabajo sin sentido. Este es más o menos el hilo filosófico que dirige nuestro día a día.
- En ese momento inicial, al margen de la filosofía y la idea de base, ¿cómo fue el planteamiento empresarial?
- Yo había estado diez años en el mundo de las instituciones, conocía a mucha gente tanto de España como de fuera. Estamos en Olot, en la provincia de Gerona, porque yo en esa última época trabajaba en el Hospital Psiquiátrico en Gerona. Cuando salí de allí por no estar satisfecho con la laborterapia, que así llamábamos a los talleres, ya había visto proyectos empresariales que empleaban a gente como si fuera un proyecto social, pero terminaban siendo mano de obra barata para otros terceros proyectos o empresas. Entonces tenía claras dos cosas: que no queríamos hacer eso, usar mano de obra barata… pero la pregunta era cómo hacerlo, sin dinero ni sin nada. Visto desde ahora, se puede pensar que fue valentía o decir «lo zumbao que estaba este tío para atreverse a esto». En nuestro proyecto había grandes dosis de idealismo y muy poco de realismo. La otra cosa que tenía clara era que a ser posible el proyecto debía desarrollarse en la naturaleza. Creía que eso redoblaba el poder realizador del trabajo: trabajar en vez de en una industria, en un polígono… Estas dos líneas me guiaban en las decisiones. Desde el año 82 hasta el año 2002 la situación fue tremendamente complicada. Fue muy difícil levantar el vuelo desde el punto de vista económico, pero a partir del 2002 empezó a consolidarse y no ha dejado de crecer. Nuestro éxito ha sido constante y sólido, con la particularidad de que no hemos usado el argumento de nuestro trabajo social como argumento de venta.
- Esto es muy interesante, porque de una forma metafórica y real toca un asunto que nos interesa mucho: la supresión de las etiquetas sobre las personas. En las etiquetas de los productos de La Fageda no se aprovecha como argumento que están hechas por trabajadores con la singularidad de la que hablamos.
- Yo creo que hemos tenido muchísima suerte, eso lo explico cada vez que me preguntan. Siempre digo que somos muy listos y hemos trabajado mucho, pero eso no explica ni de lejos el éxito que hemos tenido. En referencia a lo de las etiquetas, me gusta explicar este concepto de dos maneras. Dentro de la Fageda entendemos, filosóficamente, que somos seres maravillosos, poderosos y misteriosos. Ese es el mensaje que nos damos entre nosotros, y sería incoherente decirnos a nosotros mismos lo buenos que somos; y, cuando vamos a fuera, decir que somos gente con una discapacidad o como queramos llamarlo. Pongamos el adjetivo que pongamos, el concepto es el que es. No habría coherencia. Pero hay otro argumento. Si ahora me pongo el gorro de director de marketing: ¿Sería un buen gancho decirles a nuestros consumidores de Cataluña que los yogures lo hacen personas con enfermedades mentales de la comarca de La Garrocha, con los estigmas que hay? Lo hemos conseguido al revés: cuando la gente ya es consumidora de nuestros yogures y después conoce el proyecto social, entonces es cuando sí estamos luchando contra el estigma.
- Estamos hablando de un uso muy concreto de los recursos humanos. Ahora se habla de gestión de personas… da la impresión de que había mucho de recursos inhumanos.
- Yo siempre explico que para mí la empresa es un medio y no un fin, como el trabajo o el dinero. Si aquí estamos un colectivo de trescientas y pico personas, entiendo que lo que la organización tiene que hacer es potenciar todo eso que todos queremos ser: tener una vida con sentido y que nos haga sentirnos seres dignos. Cuando voy a las escuelas de negocios a explicar el proyecto les digo esto: cuando haces bien las cosas y tratas bien a la gente, habitualmente te salen bien. Pero no porque quieras ganar dinero, sino porque quieres tratar bien a la gente. Es una consecuencia.
- Cuando presentas vuestro caso a una audiencia de profesionales de organizaciones que también gestionan personas, ¿percibes que hay una transferencia del ejemplo de La Fageda que ellos puedan trasladar a sus empresas, con trabajadores sin esa singularidad?
- Al cabo del año doy conferencias y clases en muchas en escuelas de negocio. Y precisamente lo que les traslado es eso, que las personas son personas, da igual de cuáles sean tus circunstancias. Las personas somos personas. Independientemente de la carcasa, que es lo único distinto, lo que nos define como individuos es igual en todos: tenemos las mismas inquietudes, necesidades y carencias. Les explico cuál es nuestra realidad, pero el objetivo es que ellos reflexionen sobre sí mismos. Les digo una cosa: os vais a morir todos, y nunca se sabe cuándo, y lo único que os tiene que preocupar es cuánta vergüenza vais a pasar el día que os muráis. Debería ser la menor posible. Las escuelas de negocio son fábricas de directores generales y les explico esto: cuanto más arriba estás en una organización, más poder y responsabilidad tienes para hacer las cosas bien o hacerlas mal. Y según lo que hagas, el día que te mueras pasarás más o menos vergüenza.
- Ahora está muy marcado que las empresas deben ser socialmente responsables, pero a veces esto se queda en una mera medallita sin realidad consistente detrás.
- Desde luego, este es uno de los temas de los que hablo. Les digo que las empresas no existen y por tanto no hay empresas responsables o responsables. Hay directivos o empresarios responsables o no responsables. Quien tiene la responsabilidad de sus actuaciones no son las que empresas, sino las personas que toman las decisiones. El asunto consiste en llevar el tema a lo individual.
- Las empresas siempre quieren crecer más, es un impulso natural de su actividad: diversificar, internacionalizar… ¿Lo es también en La Fageda?
- Este es un lado del asunto que hay que saber gestionar y hacerlo desde la ideología. Una de las tentaciones que se nos presenta cada día es salir fuera de Cataluña, por ejemplo. Pero debemos saber quiénes somos y qué queremos. Luego nos dirían que hay que ir a China. Siempre explico que el que piense que se puede crecer económicamente hasta el infinito en un mundo finito, o es tonto o es economista. Es un absurdo. Por eso nosotros no salimos de Cataluña y lo que intentamos es ser lo suficientemente grandes para tener una dimensión que permita que no te maltraten tus clientes. Pero no estamos en la filosofía de crecimiento constante, no tiene sentido. No tenemos un consejo de administración que pida un reparto de dividendos anual. No es esa nuestra filosofía.
- ¿Cuántos trabajadores conforman ese lado social?
- Hay 100 profesionales que damos cobertura a nuestros diversos servicios y otros más de 200 con un certificado. Además también tenemos una unidad que trabaja con empresas de la comarca para ayudarles a que sean socialmente responsables y contraten personas que se beneficien de ellos. En total, cerca de 340 personas.
- Y la estructura de la empresa, ¿cómo se organiza y como se alinea con esa base ideológica?
- Nosotros empezamos trabajando con personas con enfermedad mental, después lo hicimos personas con discapacidad intelectual, también jóvenes en riesgo de exclusión… Ahora queremos abrir una línea con parados de largo duración. Nos definimos como un proyecto social que utiliza el trabajo como arquitectura rehabilitadora. No somos una empresa, sino que somos un proyecto social que trata de ayudar a la gente, desde ese punto de vista. Pero por ejemplo también entendemos que la vivienda es una cuestión fundamental. Tenemos pisos, una estructura que soporte para personas que puedan seguir viviendo en sus casas antes de ir a una residencia, hay planes de formación. Hay tres pilares fundamentales en nuestra actividad: el trabajo, la vivienda y formación y el ocio. Todo este proyecto está bajo la figura jurídica de una Fundación, con su patronato: gente que no cobra nada y aporta su sabiduría por pura solidaridad. Son gente altamente cualificada, con diferentes miradas, gente del mundo de la empresa, del trabajo social… Y después tenemos un equipo de gestión, con las estructuras profesionales de un proyecto de nuestras características: una directora comercial, tenemos un departamento de I+D, microbiólogos, informáticos, equipos de psicólogos… Una estructura acorde a la variabilidad del proyecto: mientras desarrollamos líneas de asistencia en el tema de vivienda, por ejemplo, tenemos que estar compitiendo con Danone en el mercado. Somos un proyecto sin ánimo de lucro, pero sí con ánimo de margen: tenemos que ganar dinero para garantizar la viabilidad del proyecto. Aquí no hay un beneficio que nadie se lleve a las Islas Caimán.