«Fuera del campo yo no quería ser futbolista, quería ser Jacinto…»

Nacido en Guinea Ecuatorial, a los 11 meses Jacinto Elá (Añisok, 1982) ya estaba en España con su familia y desde los ocho vivió en Barcelona. Tras iniciarse al fútbol en clubes de la ciudad, se integró en el Espanyol, y a los 13 fue nombrado Mejor Jugador del Mundo en una competición infantil en Inglaterra. Pese a lo que dijera el galardón, y al modo tan rotundo en que iba a marcar su historia vital posterior, Jacinto nunca creyó ser el mejor. Ni siquiera de ese equipo: «Crusat era el bueno de verdad», ha repetido muchas veces. Pero ese reconocimiento fue el sonoro arranque de una carrera que iba a resultar inopinadamente corta, pero tan provechosa como se pueda imaginar. El fútbol cambió su vida, pero no su percepción del mundo. Se marchó a jugar en el Southampton inglés y allá el desencuentro con un entrenador y otras circunstancias lo dejaron a las puertas de la élite. A los 26 años -tras una lesión grave de rodilla y un paso por las categorías menores del fútbol español- abandonó el fútbol. Se hizo educador social. Creó una línea de camisetas inconformistas. Escribe y ha publicado varios libros… Jacinto Elá será uno de los ponentes del evento multiconferencia De los Pies a la Cabeza.

  • Démosle por una vez la vuelta a la historia vital de Jacinto Elá… Y, en lugar de por aquel episodio de adolescencia, comencemos por el hombre adulto. ¿A qué se dedica hoy en día Jacinto Elá?
  • A escribir, vender mis libros, aprender cosas nuevas y hablar con la gente.
  • No parece un mal proyecto de vida.
  • Pues no, la verdad es que he vivido muy bien. Lo digo un poco en tono jocoso, pero es la verdad. Primero porque mi madre se encargó de que fuera así. Cuando uno es niño, si consigue abstraerse de las carencias que tiene, es feliz. Y nosotros hemos sido muy felices [se refiere a él y sus hermanos, con los que se instaló junto a su madre en Cataluña]. El fútbol fue una bendición para mi madre, que ya no tenía que preocuparse de comprarme ropa de deporte, y un alivio para toda la familia. Y después, las experiencias que tuve, irme a los 19 años a Inglaterra ganando dinero, jugando al fútbol… Es algo por lo que estar agradecido.
  • Trabaja como educador social, escribe, durante un tiempo diseñaba camisetas, escribía rap… ¿Hay alguna relación, alguna línea que vertebre todas esas inquietudes?
  • Cuando empecé a diseñar camisetas fue porque acababa de dejar de jugar al fútbol y, yendo un día de compras, me di cuenta de que todas las camisetas eran iguales. Y pensé: ¿Para qué gastarme 30 euros en una camiseta que lleva todo el mundo? Y con mi mujer decidimos hacerlas nosotros mismos. Quería desmarcarme de la uniformidad. Escribir siempre ha sido una necesidad. Ya lo hacía cuando era futbolista: para evadirme, escribía canciones de rap. Cuanto peor me encontraba anímicamente, o más inconforme con la sociedad, mejor me salían las canciones o más las disfrutaba. Si no me salía ninguna canción era porque mi vida iba demasiado bien. No es que quisiera estar mal, pero me sentía anestesiado.
  • ¿Cómo y por qué llegó a dedicarse a la educación?
  • Fue una casualidad, nada que yo buscase de forma deliberada. Pero creo que estaba destinado a ello y he acabado trabajando en varios colegios. En el que trabajo ahora me dedico a dar soporte a chavales con problemas de aprendizaje e integración. Es una labor que ayuda mucho en el tema personal. No tanto en el económico, pero como nunca me he movido por dinero no me importa. Esa actitud me ayudó mucho a la hora de salir de la burbuja del fútbol. El futbolista vive en un aislamiento del que no te das cuenta hasta que sales y ves que al que le debes algo en la vida es al mundo, no al fútbol.
Cuando jugaba ya escribía canciones de rap: cuanto peor me sentía, mejores canciones me salían. Si no me salía ninguna era porque me encontraba anestesiado. Share on X
  • Uno interpreta líneas comunes en todas esas inquietudes y comportamientos que desgranaba antes: el deseo de individualidad, por un lado, de no formar parte de una sociedad homogeneizada; el inconformismo y la búsqueda de tu lugar en el mundo…
  • Es que las profesiones nos marcan mucho, lo queramos o no. Estos días escuchaba a Hernán Montenegro, el ex jugador argentino de baloncesto, que me parece un tipo increíble, un referente. Lo conocí en una charla TED que le oí en YouTube y él decía que se le daba bien el baloncesto, pero que odiaba el circo del baloncesto. Y que, para combatir eso, se dedicó a ser el más payaso del circo. El fútbol, como todas las profesiones, te marca mucho. Y la gente con la que te relacionas siempre te cataloga así, como futbolista, estés en la categoría que estés. El fútbol te posiciona en un lugar muy concreto de la sociedad. Y eres percibido con admiración.
  • Por lo general, los demás querrían estar en tu sitio..
  • Cuando la gente mira a un futbolista ve a alguien que está viviendo de su sueño. De ahí viene la admiración. Pero no es porque el futbolista juegue mejor o peor al fútbol: lo que se admira no es eso, sino el hecho de que viva de jugar. Pero no siempre se disfruta tanto…
  • Algunos deportistas, como Andre Agassi, han escrito sobre eso. Es algo difícil de entender desde fuera.
  • Gastón Gaudio, otro tenista, también lo ha dicho en alguna entrevista: «He jugado miles de partidos, pero podría contar con los dedos de una mano aquéllos en los que he salido habiéndome divertido». El tenis es un deporte muy canalla, como otros individuales, porque pierdes muchas veces y pierdes solo, no en equipo. Por suerte, en el fútbol la sensación de que perteneces a un grupo te reconforta. Fuera ya no la necesitas tanto. Cuando yo jugaba, en el campo sí quería formar parte de un grupo, pero fuera del terreno de juego quería ser yo mismo, no un futbolista. Quería ser Jacinto.
  • ¿Disfrutabas del fútbol?
  • Yo disfruté mucho del fútbol, pero lo dejé sin ningún dolor. No hubo ningún drama, nada.
  • Pasaste de ser considerado el mejor jugador del mundo a los 13 años a dejarlo a los 26.  ¿Alguna vez tuviste la tentación de autocompadecerte?
  • Nunca me compadecí porque nunca me sentí víctima. Ni siquiera cuando me rompí la rodilla. Es verdad que la primera noche lloré, pero después pensé: «Si le ha pasado a Ronaldo, el fenómeno, ¿por qué no me va a pasar a mí?». Yo siempre me sentí un privilegiado: primero por la habilidad que tenía para jugar al fútbol; segundo, por la experiencia que me permitió vivir, porque ganaba un muy buen dinero haciendo lo que me gustaba. Y además, acepté que había otra gente que también lo podía hacer bien y que también podía jugar por delante de mí. Eso ya lo sabía a los 13 años: que si yo jugaba, había otros compañeros que no lo hacían. Por eso me encargaba de que no hubiera diferencias con ellos a la hora de tratarlos.
  • ¿Es posible encontrar ese tipo de relación en un vestuario de fútbol?
  • Encontré a bastantes compañeros con los que era posible y otros que ni se les pasaba por la cabeza. No porque tuvieran mala fe, que también los hay, sino porque estaban muy metidos en sí mismos. Por ignorancia. En un vestuario suele haber buen ambiente, porque todos tenemos un objetivo en común. Pero cuando acaba la temporada no tienes la necesidad de llamar a ninguno, cada uno va por su lado. No pasa nada, es simplemente una de las reglas de la competición.
Disfruté mucho del fútbol, pero lo dejé sin ningún drama. Cuando sales de esa burbuja te das cuenta de que a lo que le debes mucho en tu vida es al mundo, no al fútbol. Share on X
  • ¿La suerte es una circunstancia o una excusa?
  • La suerte es fundamental en el fútbol. Hay mucha otra gente que intenta ocupar tu puesto. Y no solo a tu lado en el vestuario, sino en cualquier parte del mundo. En un momento los fichan y los tienes a tu lado. Por tanto, estar ahí es un privilegio y hay que aprovechar el tiempo que dura, porque no va a ser para siempre. Un título universitario, un trabajo en una empresa… eso depende más de ti mismo. Pero en el fútbol no hay nada garantizado. Que entrenes muy bien no significa que juegues muy bien. Será lo normal, pero te tienen que poner y te tiene que salir el partido que deseas. Y además, enfrente hay un rival que quiere lo mismo que tú pero negándote a ti.
  • ¿En qué momento intuyó que el deporte tal vez no era su lugar en el mundo?
  • Yo lo tenía ya muy claro cuando fiché por el Southampton: si con 24 años no estaba en Primera División o en Segunda, me retiraba. No sé por qué lo tenía tan claro. Quizás porque quería utilizar el fútbol como altavoz de aquéllos que no tenían voz, contra cosas como el racismo o las injusticias sociales. Seguramente no era la mejor herramienta posible. Y además, y sobre todo, me di cuenta de que en el fútbol no era yo mismo y que tenía que hacer cosas con las que no me sentía bien. Nunca tuve ningún miedo a dejarlo. Aunque me hubiera salido bien, tenía pensado abandonar a los 30 años.
  • ¿Dejarlo para qué?
  • No tenía ni idea para qué. No sabía lo que quería hacer, pero pensé que ya lo descubriría. Si de algo estaba seguro era de no ser un inútil. Yo nunca sentí que no fuera capaz de hacer otra cosa que jugar al fútbol.
  • ¿Por qué hay tanto individualismo, tanto egoísmo y egotismo en el fútbol?
  • El fútbol es una carga muy pesada. Hoy eres un héroe y la próxima semana, un villano. Vas en un barco con todos tus compañeros, pero al mismo tiempo compites contra ellos. Es como si todos fueran remando en el barco, pero todos quisieran sentarse delante porque es donde se ve mejor el panorama… Cada jugador es una empresa que se juega su futuro, estar el año siguiente en el equipo. Es complicado gestionar todo eso: para llegar a la élite hay que tener ego, es imposible llegar si no lo tienes. Por eso los jugadores tienen una dosis tan alta de ego: no puedes ser futbolista y dejar pasar a todo el mundo por delante. Lo que sí se puede hacer, como en cualquier profesión, es no ser mala persona. A veces, esto se confunde a la hora de competir.
  • Todo el mundo quiere ser o que se le considere el mejor…
  • Es muy difícil ser el número uno en algo, te dediques a lo que te dediques. Da igual la profesión. Por eso uno tiene que aspirar a ser la mejor versión de sí mismo: cada día ser mejor que ayer, pero peor que mañana. Miguel Ángel Cornejo decía siempre eso: «Si desayunas, desayuna bien; si vas a correr, corre bien; si vas a trabajar, trabaja bien…». Lo que hagas, hazlo bien. Si lo puedes hacer bien, hará funcionar el resto de las cosas. Se lo digo a los niños en el colegio: si se te cae un papel, tíralo a la papelera, no sigas caminando como si nada. Es fácil hacerlo, no te pido que hagas un cohete, solo que eches el papel al cubo… Y así con todo.
  • Hablabas antes de individualidad y tú siempre la has buscado. ¿Coarta la educación hoy en día la individualidad, lo diferente, en los niños y jóvenes?
  • Es más cómodo manejar a un grupo en el que todos sean iguales, que hacerlo de forma individual. La educación siempre ha tenido ese problema. Harían falta muchos más profesores para tratar cada caso individual. Si tienes a 25 niños en clase necesitas mucha energía, mucho tiempo, mucho trabajo, para percibir y detectar lo que hay de diferente en cada individuo. En mi colegio la suerte que tenemos es que estamos personas de apoyo, que hacemos como de segundo entrenador: y eso te permite detectar necesidades concretas y tratarlas.
  • ¿Qué falla en la sociedad para que haya tanta necesidad de rescatar personas excluidas, marginadas, maltratadas?
  • Esas necesidades siempre las hubo, la diferencia es que ahora se tratan. Recuerdo a Domingo, un chico en clase cuando vivía en Canarias. No tenía ningún problema, pero simplemente le costaba un poco más que al resto… y por eso se le marginaba y se le trataba de tonto. Eso pasa con muchos niños. Que uno saque un cero en Matemáticas no significa que sea un cero en todas las cosas. No podemos marcar a nadie por una parte muy pequeña de su vida.
Creé mi propia línea de camisetas porque un día fui a comprarme una y me parecieron todas iguales. Y me dije: ¿Para qué voy a gastarme 30 euros en una cosa que lleva todo el mundo? Y me puse a diseñarlas yo. Share on X
  • ¿Se encuentra con muchos chicos que quieran ser futbolistas? ¿Qué les dice desde su experiencia?
  • Son chicos de Primaria y no llegamos a esas conversaciones tan profundas. Pero cuando trato con chicos que juegan al fútbol en el patio del colegio sí que les digo algo: les obligo a sonreír. Muchas veces veo niños de cinco, seis, ocho años… que marcan un gol y aprietan los dientes o hacen un gesto de rabia. Y les llamo y cuando creen que les voy a felicitar les digo: «Mira, la próxima vez que metas un gol, sonríe, porque parece que no te alegras. Y si no te alegras cuando marcas un gol, ¿qué vas a hacer cuando te lo metan a ti o cuando pierdas un partido?». Y entonces ya sonríen y su comportamiento cambia.
  • La competición educa, dicen muchos psicólogos, pero siempre que sea bien gestionada y se enseñe a los niños a gestionarla bien.
  • A veces me dan mucha pena esos niños que están en centros de alto rendimiento y compiten en disciplinas como la natación, la gimnasia rítmica… porque se les exige mucho. Y no digo que sea de mala manera, porque si uno quiere lograr algo en el deporte tiene que dejar cosas de lado, hacer sacrificios, entrenar muchas horas y luchar contra la frustración. Pero la competición mal entendida puede destruir a cualquier persona, y a un niño, más. Así que hay que enfocarla bien y no centrarse en cumplir las expectativas de los demás, sino en las que uno mismo tenga. Competir contra ti mismo.
  • Tú eras un buen estudiante… hasta que se cruzó el fútbol. ¿Te falló esa gestión?
  • Sobre todo era difícil porque en mi familia no había ningún antecedente. Mi madre tenía que trabajar también y yo no supe llevarlo, en cuanto a los estudios. Acabé haciendo Mecánica, por estudiar algo, aunque no tenía pensado ejercer. Muchas veces se confunde lo que es importante con lo que es esencial. Como en el fútbol enseguida ganas dinero, parece que sea esencial y, aunque no quieres dejar lo demás, los estudios… al final lo vas apartando.
  • Hablabas de usar el fútbol como altavoz de denuncia social. ¿Tiene eso que ver con tu experiencia familiar y personal?
  • George Weah hacía algo así. Mucha parte de su sueldo en el Milan lo destinaba a causas benéficas en Liberia, su país. Weah fue mi espejo. El jugador africano por lo general siente que tiene una deuda con su sociedad y quiere dar una buena imagen en su país de origen. Yo, como guineano de nacimiento, aunque tengo nacionalidad española, deseaba hacer algo así en mi país.
  • Mirada desde fuera tu historia puede sonar a despecho con el fútbol, pero hablas con mucho cariño y agradecimiento del fútbol…
  • El fútbol es una cosa genial, muy divertida. Y te proporciona sensaciones que no encuentras en otras profesiones. La cara con la que te miran los aficionados cuando los haces disfrutar… entonces no te das cuenta, pero con el tiempo ves que los conviertes otra vez en niños. Eso es increíble. Pero un aficionado no puede esperar que su felicidad dependa de su equipo; su disfrute, sí, pero no su felicidad… No pierden ellos, pierde el equipo, los jugadores. Perder es una posibilidad en cualquier competición. No hay que involucrarse tanto con eso y sí mucho más con la gente que te toca y te rodea.
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