El Zaragoza de Idiakez regresa de su entierro
El titular debe tener el aliño exacto. Si no está arreglado con algo de aceite y vinagre, espanta la posterior lectura del texto. Pero si se comete cualquier exceso, el efecto llamada logrado se vuelve en contra, porque ni el redactor más brillante es capaz de sostener el ingenio en cada línea. Aquí se corre el riesgo porque la causa siempre es más importante que uno mismo y la causa siempre pasa por ser honestos con lo que se ha vivido y con cómo se ha vivido.
Al descanso del partido en el Carlos Belmonte contra el Albacete, correspondiente a la séptima jornada de la actual Liga 123, parecía estarse oficiando el entierro del Zaragoza de Imanol Idiakez. Sólo perdía dos a cero y, no crea, lo peor de la frase no estaba en el ‘dos a cero’… residía en el ‘sólo’. Porque el Albacete, sin darse nunca a la poesía ni en sus minutos más felices, pareció varios mundos por delante de un conjunto aragonés sin plan, sin patrón y sin aparente vida futura. Abrazados al plan de Ramis y sosteniendo un rigor táctico propio de otras culturas, el equipo local destruyó a su rival apenas cortocircuitando la conexión de sus aquí erráticos centrales con Eguarás en el progreso inicial de la jugada. En media hora sólo comparable a una tormenta en alta mar, llegaron las pérdidas en campo propio, los desajustes defensivos, la fiebre con temblores en el eje de la zaga y dos goles, uno de ellos en propia puerta de Verdasca y otro, obra del filoso delantero marroquí Manaj. Pudieron y debieron de ser más si el Zaragoza no hubiera parecido un espectro rogando clemencia.
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