Quedarnos en lo que se ve es quedarnos en la superficie. Quien lo haga, individuo, empresa o sociedad, será superficial y tendrá muy difícil progresar. Claro que es un inconveniente carecer de brazos, pero el valor reside en lo que logras con lo que dispones. Poner el foco en tus recursos, pocos o muchos, y optimizarlos. Desde niño, le enseñaron a emprender, esto es, a liderar la empresa de su propia vida. A alcanzar su mejor versión, atendiendo a su realidad y siendo consciente de ella. Ser consciente no implica estar envuelto, y hasta secuestrado, sino saber lo que no eres capaz porque lo has intentado, y no porque te lo han dicho o lo has supuesto. Quizá de eso se trate emprender: de atreverse y levantarse, de levantarse y atreverse. En esa empresa trabajamos todos y ahí Javier es un referente.
De los pies a la cabeza educa desde la identificación con lo que dice, sin excesos dramáticos ni cargas sentimentales. Desde la naturalidad que Javier siempre ha izado como bandera vital y desde el innegociable ánimo de que el centro de la escena sea quien recibe el mensaje, y no el circunstancial emisor. Casi nunca se trata de lo que un chico sin brazos dice que hace y yo nunca podré hacer; al contrario, es lo que yo, con o sin discapacidad, con mis circunstancias, sean las que sean, no hago, no pienso y no creo, pudiendo hacerlo, pensarlo y creerlo.
Sólo desde nuestra mejor versión como individuos mejoraremos nuestra versión como conjunto. Cuando compitamos con nosotros y no contra nadie, y cuando nos atrevamos, animemos y obliguemos a explorar nuestros límites. Cada uno los suyos. Porque no importa dónde estén, pero importa mucho llegar a ellos. Y una vez hayas llegado, ahí estaremos el resto para complementar lo que sea necesario. Porque para eso vivimos en sociedad: para ser una oportunidad y no una sospecha. Y por eso debemos vivir y relacionarnos todos con todos: porque sólo en la convivencia se entienden muchas certezas y dejan de enenderse muchos tabúes.