«Hemos convertido algo tan natural como la muerte en una cosa muy artificial»
Germán Roda (Granada, 1975) iba para periodista, pero pronto descubrió que su forma de contar tenía más que ver con lo audiovisual y se enfocó hacia la realización. Eso sí, con un pie siempre puesto en la realidad, que es una necesaria subtrama de fondo, sobre la que sostiene las reflexiones que animan sus ficciones y documentales. Autor que cuestiona y se cuestiona, dirigió el largo El encamado, una historia de resistencia pasiva con un trasfondo rupturista. Su documental Desmontando la muerte mira a la cara a esa gran certeza que la sociedad y el hombre de hoy tratan inútilmente de esquivar. Como si no pensarla la aplazara o negase esta obviedad: que la muerte es una parte más de la vida y así deberíamos tratarla. Germán Roda será uno de las ponentes del evento multiconferencia De los Pies a la Cabeza.
- Una confesión, para empezar: en cierto momento hace años se nos ocurrió un relato corto que trataba de un hombre que, una mañana, decidía no salir nunca más de la cama. Pero lo desechamos porque todo el mundo nos decía que era una trama sin sentido. Usted tuvo una idea parecida pero sí la sacó adelante: ‘Encamados’
- A mí me pasó lo contrario, cuando a mis amigos les conté la idea, todos me decían que era muy buena: les pareció original, que había una historia detrás y me lancé, incluso me daban ideas. Buscaba dos vertientes. Empecé estudiando periodismo, pero enseguida me di cuenta de que en la radio me ponía muy nervioso y me di cuenta de que donde yo tenia que estar era detrás de las cámaras. Hice tres años de comunicación audiovisual y luego dos más de realización. Luego la vida me ha llevado por el camino de mis dos grandes pasiones, el cine y el documental. Y el documental tenía mucho que ver con el periodismo.
- En El encamado usó a una familia real como actores, o sea que realidad y ficción iban un poco de la mano.
- Claro, yo buscaba un planteamiento documental. Me habría encantado encontrar alguien como Onetti. Y estuve buscando para hacer un documental, pero hay muy pocos casos. Hay hikikomoris, chicos que no salen de la habitación con sus vídeojuegos… de hecho hay un par de casos en España y uno era un chico de Zaragoza al que llegué a conocer, hablé con su doctor… en realidad ya había salido de aquello, pero no era realmente un encamado. Por eso en la película estaba la vertiente documental y la historia la cuento un poco de ese modo. Me interesaba lo que me dijo el psiquiatra: que es una enfermedad real y que en España se dio mucho en la época de la postguerra, pero que como no se le podía poner un nombre ni había una medicina para curarlo, nunca se habló mucho de ello. Se asociaba a situaciones como la depresión, etc. Todo eso ya me interesaba. Pero, al mismo tiempo, me interesaba la otra vertiente de una actitud que tiene mucho de resistencia pasiva, a la manera un poco de Gandhi.
- Es eso de «bajarse del mundo», de alguna manera.
- Alguien que decide algo así es alguien que mira a la sociedad y dice: «Por aquí no paso». Es muy difícil hacer eso. ¿Quién es capaz de algo así en la sociedad en la que vivimos hoy? «Yo no quiero móvil, no quiero whatsapp. Es una pieza que se rompe de un eslabón, de una sociedad que nos empuja a hacer cosas que no queremos hacer y que nos lleva a ser educados y a educar a nuestros hijos de una manera muy determinada. Esa ruptura y todo lo que provoca, la historia que había detrás, me sedujo: un tipo que rompe un eslabón con la sociedad y nadie sabe como actuar ante eso. Cuando te sales del camino, te has salido del camino. Y no hay manera de volver a entrar. Si vuelves a entrar, tienes que pasar por una serie de cosas.
- Es que, aunque uno mentalmente quiera ponerse al margen de esa corriente general, en la práctica es muy difícil: vivimos híper conectados, trabajamos híper conectados… ¿quién se puede permitir, aunque lo desee, un aislamiento efectivo?
- Esa era un poco la reflexión que buscaba: que somos como borregos y no nos damos cuenta de hacia dónde vamos ni por qué. Pregúntale a alguien: ¿Tú haces lo que te gusta? ¿Trabajas en lo que te gusta? ¿Te relacionas con tus familiares o con tus amigos de la manera que te gusta? De todo lo que compone tu día a día, ¿qué eliges tú y qué te viene impuesto? Lo que hacemos es no pensar en este tipo de cosas: nos vemos de repente nueve capítulos de una serie de un tirón, y este tipo de cosas, si estamos estresados nos tomamos una pastilla o nos vamos a un jacuzzi… Son soluciones que nos han puesto delante para que no nos paremos a pensar y sigamos detrás de la zanahoria. Hay gente que rompe, poquitos, pero los que lo hacen son mirados como raros.
- ¿Cuál es objetivo de todo esto, quién está detrás?
- Las grandes familias y las grandes empresas que controlan el negocio. Esto no es nuevo, es el pan y circo de toda la vida. Mientras tengas a la gente entretenida y cada vez más inculta, los vas a poder manejar de una manera mucho más sencilla. Estamos manejados por completo. Por eso me gustaba la idea del don Quijote que dice: «Por aquí no paso. Haced lo que queráis, pero no paso porque no puedo y porque no quiero». Son necesarias las dos cosas. Un encamado que no se levantara porque no pudiese no tendría el mismo significado. El que yo escribí era mitad y mitad. Si no sales de la cama porque no puedes, ahí no hay mérito ninguno. Yo lo que digo es que no tomamos casi ninguna decisión nosotros.
- Y si te das cuenta y quieres cambiar, es muy complicado hacerlo. Ese miedo a vivir, una idea de la que hablamos mucho en De los Pies a la Cabeza, viene de una percepción que es una trampa: el futuro, la incertidumbre. Como si nuestro futuro siempre fuera eterno, cuando puede acabarse ahora mismo.
- La incertidumbre es miedo. No veo la diferencia. Y también lo que intentan los políticos, las grandes marcas, los grandes empresarios es eso: infligirnos un cierto miedo y después una falsa seguridad. Es miedo a la vida. Y cuando tienes una enfermedad, un problema gordo, de repente el resto de tonterías pasan a un segundo plano. Porque ese miedo ya se ha hecho presente. Y entonces te preguntas: ¿Por qué no somos conscientes de este miedo y nos lo quitamos cuando todavía no hemos sufrido una desgracia o algo que nos haga reaccionar? Yo sé que todo esto es complicado, pero yo con El encamado y con el documental sobre la muerte buscaba un poco eso: que al menos nos dirigiéramos hacia esa conciencia, al menos ser conscientes de lo que está pasando.
- Cuando la vida te pone en la situación de enfrentar un escenario que te produce temor, te inmunizas: ese miedo desaparece. ¿Cómo podríamos aplicar este aprendizaje sin necesidad de tener que pasar por ello?
- Lo difícil es cómo transmitirlo a los demás. Ningún hombre podemos llegar a entender cómo es dar a luz, por ejemplo, aunque como yo estemos presentes en el nacimiento. Una experiencia como la que describes, de superación del miedo, se la cuentas a otro y no puede entenderlo. Aunque le digas que tiene que darse cuenta y conocerlo, porque le va a venir bien. Y cuando le llegue, si le llega, no va a tener problema porque no tendrá esa sensación de vacío. Habría que dirigir a la gente hacia eso, pero… Yo por ejemplo todo lo que hago lo relaciono mucho con la pasión. Nos inculcan no tener pasión. Si no has tenido nunca pasión, no pasa nada. ¿Cuál es el problema? Si la has tenido y te la han quitado, entonces es cuando estás jodido. Sabías lo que era. Esto es lo mismo: si no tienes educación, si no te preparas para lo que va a pasar, si no has vivido bien la vida, vas como un borrego. Y cuando te vienen mal dadas, no sabes cómo reaccionar.
- Y ya no digamos si te enfrentas al gran punto de inflexión, la muerte, la propia o alguna cercana. No sabemos cómo afrontarla porque no pensamos en ella. Se piensa en qué habrá detrás, pero… ¿no es más importante entender lo que hay delante?
- El documental Desmontando la muerte va de eso. Antes la gente vivía de una manera mucho más natural la muerte. Veías a la gente de luto, ibas a los entierros, ibas a las casas… Ahora lo hemos convertido en algo aséptico, que nadie quiere ver. Si en una cama se murió algún familiar, compras otra o quemas el colchón, pintas las paredes. Si oyes pasar una ambulancia no quieres ni mirar. Que me lo resuelvan todo. «Tú no te preocupes, te paso mi cuenta, me haces una transferencia y yo me ocupo de todo: del funeral, de vestir a tu padre que se ha muerto, de afeitarle… Si no quieres, ni te despides»… Vivimos una cosa tan natural, tan necesaria como la muerte, de una forma tan artificial, que cuando te llega no lo podemos ni soportar. Miedo, incertidumbre, estrés, ocaso: todo malo. No vemos nada bueno.
- ¿Se puede cambiar este enfoque?
- Depende de cada uno. Yo desde que hice el documental, hablo con mi hija de esto. Ella sale, de hecho, en el documental. No podemos andar diciéndoles a los niños como eso de que «nooo, es que tu papá está en el cielo, con una estrella». ¿Qué es eso? No pasa nada por hablar de la muerte, del sufrimiento. No hay ningún problema.
- ¿Y cómo reacciona ella?
- Yo empecé a hablarle de esto con cinco o seis años, que es la mejor edad porque es la edad de formación. Y ahí aún no están inmersos en la sociedad, salvo que los tengas idiotizados. Si solo vives para proteger a sus hijos, entonces lo va a pasar fatal cuando le hables de estas cosas. Pero si son normales lo entienden perfectamente. Es lo mismo que cuando le expliqué que los huevos fritos y los huevos de los que nacen los pollitos son exactamente lo mismo. Claro, ella pensaba que las gallinas ponían dos huevos distintos: los que nos comemos y los otros de los que nacen pollitos… «¡Estamos matando a los pollitos!», me decía. Bueno, se lo explicas, que es el pollito antes del pollito. En fin, al principio les cuesta entenderlo, pero al final lo comprenden como todo lo demás. Y ya está, no pasa nada. No fue ningún drama. Prefiero eso que mentirle y a los 20 años que se entere de las cosas y la tomen por tonta. La muerte y las enfermedades hay que contarlas. Lo demás no tiene ningún sentido.
- ¿Qué pasa por la cabeza de una persona que acepta la muerte, que sabe que va a morir? ¿Le acercó el documental a eso?
- El documental lo hice a partir de la película de un amigo, Norberto López. Yo aún no he tenido una experiencia cercana de muerte ni de enfermedad. Cuando hice el documental era como virgen, no había pensado sobre eso. Me hice la pregunta a raíz del documental. Unos años antes empecé a pensar en la muerte, cuando nació mi hija. Y me hice dos preguntas claves: ¿Qué pasaría si se muere mi hija? ¿Y qué le pasaría a ella si yo me muero? Soy un gran enamorado de Luis Buñuel y él decía: «Para mantenerme despierto pienso bastante en la muerte». La muerte le hacía sentirse vivo. Así que todo esto yo lo intelectualicé. Pero hace tres años, haciendo el documental, entrevistamos a varias personas que habían firmado sus Testimonios de Últimas Voluntades. Yo me bajé ese documento de la página de la Asociación Muerte Digna… y ahí está todo, blanco sobre negro, todas las decisiones que hay que tomar si entras en un proceso de muerte. Qué tienen que hacer tus familiares y los médicos… Y decides de una manera intelectual lo que quieres que pase. Ahí se te acaba la tontería: si esto hubiera que hacerlo por ley una vez que llegas a adulto, no habría tantos problemas. Decides cómo vivir y cómo morir. Por eso no es tan importante la muerte, lo importante es la vida. Es en la vida en lo que hay que pensar.
- ¿Y si quiere cambiar sus decisiones, porque su percepción de las cosas cambia a lo largo de los años?
- Se puede cambiar sin problemas. Se actualiza y ya está. La cuestión es que sea decisión de uno y todo ese tiempo lo valores, lo pienses. No lo hacemos, pero está ahí. Hace poco leí una noticia que contaba que en Holanda, donde están muy avanzados con estos temas, habían puesto -previa petición- un kit de suicidio en las farmacias. Y se asustaron de la cantidad de gente mayor, que vive sola, que lo solicitó. Ahí se juntaban tres tabús: el de la muerte, el de los ancianos y el del suicidio. El otro día leí que en España hay dos millones de ancianos que viven solos en sus casas. Los niveles de suicidio de gente mayor en Navidades, en invierno… son brutales. Y no le dejamos a la gente decidir si quiere seguir viviendo o no.
- Durante toda la charla usted ha aludido a la sociedad, al dinero como factores. Pero hay otro que determina este y otros asuntos de manera muy directa: la religión. Un relato que responde preguntas por nosotros.
- Es que esa es la base de la religión y de los estados: primero te meto el miedo, y luego te doy una falsa seguridad. Los misiles, los programas de armamento, las amenazas. Y en el caso de la religión, primero se mete el miedo y luego la fe. Son los dos componentes del control que hablábamos antes: miedo y falsa seguridad. Lo dice Nieves en mi documental: en España, durante muchos años, la muerte ha estado controlada por la religión. Había que pagarle al ayuntamiento por cada muerto. Poco a poco van apareciendo funerarias y negocios que enfocan esto de otra cosa, pero todo sigue muy controlado por la religión. No puedes elegir dónde y cómo morir.